Los que corren cuando nadie los ve.

Los que corren cuando nadie los ve.

Cuando la ciudad apaga su bullicio y las ventanas se tiñen de oscuridad, algo inusual comienza a suceder. No se anuncia, no se comparte, no tiene hora fija. Solo ocurre.
Algunos lo han sentido…Otros han oído pasos lejanos en calles vacías. 

Zancadas sincronizadas que no buscan aplausos ni testigos.
Sombras que se desplazan entre el concreto dormido, esquivando faros y esquinas iluminadas ,no es un club ,no es una moda.
Es un culto.

Mientras el mundo duerme, una nueva especie emerge. No llevan dorsales ni relojes GPS visibles. Se mueven como espectros con propósito. Son corredores nocturnos: criaturas de la penumbra, devotas al asfalto y a la transformación que solo la noche permite. Corren por instinto, corren para invocar.

Hay algo sagrado en el ritual.
Todo empieza con el llamado, una señal apenas perceptible. No importa el clima ni la distancia. Cuando el momento llega, los cuerpos responden. Se agrupan sin palabras. No necesitan presentarse; se reconocen por la mirada, por el ritmo de su respiración.
No es velocidad, No es competencia, es hambre de conexión con algo más profundo.
Algo oculto.

Sus siluetas se funden con las paredes tatuadas de la ciudad. Entre grafitis desgastados, estatuas que parecen moverse con la brisa nocturna y avenidas vacías como pasillos de un templo antiguo, estos corredores trazan su camino. Cada paso activa un antiguo conjuro.
Corren y la ciudad responde:
Una farola parpadea.
Un perro ladra a lo invisible.
Una sombra se alarga sin razón.
No están solos.

Hay símbolos que acompañan a los iniciados. El perro, por ejemplo. No como simple animal de compañía, sino como guardián de lo sagrado. Es presencia y protección. Es la alerta constante ante fuerzas que quieren interrumpir el viaje.
Y luego está el ojo, no el físico.
El otro.
El que observa desde planos que no entendemos del todo, el que guía desde lo oculto. 

No es casualidad que se reúnan bajo la luna.
La noche ofrece anonimato, pero también revelación.
Es ahí donde los pensamientos se disuelven y solo queda el movimiento.
Es ahí donde el cuerpo deja de ser carne y se vuelve símbolo.
Los que corren de noche no buscan tiempos, buscan respuestas.

Hay quienes dicen que han visto a un grupo así pasar por Reforma a las tres de la mañana, todos vestidos de negro, con camisetas rotas, respirando como uno solo.
Otros hablan de rituales en parques solitarios, justo antes del amanecer.
Nadie sabe sus nombres.
Y si alguna vez los tuviste cerca, lo más probable es que no los hayas notado.
Pero estaban ahí.

Una vez que entras, ya no hay vuelta atrás.
El cuerpo cambia.
El asfalto se siente distinto bajo los pies.
Los edificios ya no son sólo concreto.
La ciudad revela sus capas más profundas.
Y tú, ahora parte del culto, corres para mantener el pacto vivo.

La camiseta que hicimos junto a Alan Isol no es una prenda.

Es un sello.
Una declaración para quienes entienden que no todos corremos por las mismas razones.Está hecha para los que invocan al correr.
Para los que corren cuando nadie los ve.

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1 comment

Me encantó!!!

Lupita Suárez

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