
La ciudad es de todos. También cuando corres.
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Correr en la Ciudad de México es un acto de amor y, a veces, un ejercicio de paciencia.
Desde que salgo de casa, sé que voy a tener que compartir el camino. Con todo y todos.
Está el ciclista que va tarde al trabajo.
El microbús que no respeta el carril.
La señora que empuja un triciclo lleno de tamales desde las seis de la mañana.
El repartidor en moto que se lanza sin mirar.
El chavo en scooter que parece flotar entre el tráfico.
Y sí, también están los autos, los peatones, los taxistas, los que sacan a pasear a su perro, los que barren la banqueta.
Y nosotros, los corredores.
Con nuestros tenis de última generación, nuestras playlists motivadoras, nuestras rutas trazadas al centímetro en Strava.
A veces con prisa. A veces con cara de “háganse a un lado, que vengo entrenando”.
Y lo entiendo. Yo también he sentido esa intensidad.
Esa sensación de que el mundo me estorba.
Pero no. No se trata de eso.
Las calles no son mías.
Ni tuyas.
Ni del que va en coche, ni del que va en bici, ni del que vende café en un carrito en Reforma.
La ciudad es de todos.
Y cuando corres, corres en medio de una coreografía compleja, donde todos nos movemos con ritmos distintos pero compartimos el mismo escenario.
Correr no debería ser una batalla contra los demás. Debería ser una forma de conectar con ellos.
Porque sí, da coraje que te cierren el paso. Que un coche invada la banqueta. Que alguien se cruce sin voltear.
Pero, ¿cuántas veces has hecho tú lo mismo?
¿Cuántas veces has sentido que el entrenamiento es más importante que todo lo demás que está ocurriendo en la calle?
Correr también es aprender a frenar.
A ceder el paso.
A bajar la velocidad para no asustar a alguien.
A sonreír aunque vayas sufriendo el kilómetro ocho.
A levantar la mano en agradecimiento.
A no gritarle a alguien que solo está haciendo lo suyo.
La ciudad es caótica, sí.
Pero también es hermosa.
Llena de vida, de sonidos, de gente que madruga, que lucha, que crea, que resiste.
Y cuando corres con los ojos bien abiertos, con el corazón disponible, todo se transforma.
El ruido se convierte en ritmo.
El tráfico en obstáculos que te entrenan la paciencia.
La gente en compañía.
El camino en comunidad.
Yo no quiero correr con rabia.
No quiero ir peleando con cada auto o cada esquina.
Quiero correr con empatía. Con tolerancia.
Con la certeza de que todos merecemos estar aquí.
Porque todos cabemos. Y porque si aprendemos a compartir, también aprendemos a disfrutar.
Correr puede ser muchas cosas: esfuerzo, libertad, meditación.
Pero también puede ser un acto de convivencia.
Una forma de decirle a esta ciudad: “Gracias. Hoy te vi con otros ojos”.
Nos vemos en las calles.
Con respeto.
Con ritmo.
Y con ganas de ser parte de algo más grande que nuestros tiempos o nuestras marcas.
La ciudad es de todos. También cuando corres
1 comentario
Me encantó el respetar y compartir con los demás espacios que no son tuyos pero sí lo son, pues es la ciudad en donde vivimos y crecemos.