
El culto de correr: una historia de amor y resistencia
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Me he enamorado de la persona en la que me he convertido gracias a ti, "correr".
Te he sudado, te he llorado, me has herido. Aun así, no te voy a dejar. Pero no lo haré solo por lealtad, sino porque me has ayudado a ser una persona nueva.
Correr es un ritual de destrucción que construye carácter. Te obliga a entender quién eres y a confrontar tu humanidad. Es volver a ser niño, permitirle al inconsciente salir a flote y recordar aquellas risas compartidas con amigos mientras jugabas a las atrapadas.
Correr es sentirse un héroe personal, una deidad y, al mismo tiempo, un ser vulnerable y mortal.
Comencé a correr como una celebración de la vida, dedicando mis primeras carreras a una persona que se fue antes de tiempo, que no alcanzó a vivir como deseaba. Hoy, esto que hago es un homenaje a ella y a todas las personas que no pueden hacerlo.
Es un reto personal. Es sentirse vivo. Es una penitencia autoimpuesta que purifica la mente, limpia las partículas más íntimas del ser y te vuelve poderoso. Es un culto a las deidades del atletismo, a las leyendas del día a día que salen a darlo todo. Pero, sobre todo, es el mejor regalo que puedo darme.
Porque correr es aprender a amar el silencio interior. Es reconciliarte con lo que eres y con lo que no.
Como bien lo dijo Haruki Murakami:
“Cuando corro, simplemente corro. No pienso en nada. Lo que me deja es una especie de vacío. Y en ese vacío quizás me encuentre a mí mismo.”
Y ahí, en ese vacío, sin juicios, sin máscaras, sin títulos, solo estás tú, enfrentando tus límites, tus sombras y tus luces. Cada kilómetro es una confesión. Cada zancada, una promesa renovada de que vas a seguir adelante, aun cuando no hay aplausos, aun cuando solo te acompaña tu respiración agitada y el eco de tus pasos.
Correr es una conversación íntima contigo mismo. Es mirarte al espejo en movimiento.
Como escribió Christopher McDougall en Nacidos para correr:
“Correr no es sobre ganar o perder, es sobre amar el movimiento.”
Y ese amor es profundo. No es solo físico, es espiritual. Es un acto de gratitud hacia el cuerpo, hacia la vida misma.
Te enseña que la verdadera fuerza no está en la meta, sino en levantarte cada día, atarte las agujetas y salir, aunque duela, aunque no tengas ganas, aunque sientas que no puedes más.
Scott Jurek, ultramaratonista, lo dijo mejor:
“Correr largas distancias es una metáfora de la vida: tienes que hacer las cosas no porque sean fáciles, sino porque son importantes.”
Porque correr es elegirte. Es resistir. Es sanar.
Te ayuda a soltar el peso de lo que no puedes controlar, a romper con los miedos que se acumulan como nudos en la espalda.
Correr es llorar sin que nadie lo note. Es liberar todo lo que has callado. Es recordar que estás vivo, que puedes moverte, que todavía hay algo dentro de ti que quiere seguir adelante.
A veces corres por rabia, otras por tristeza, otras más por esperanza. Y en cada una de esas emociones se va tejiendo un nuevo amor propio, más sólido, más honesto. No es el amor superficial de las redes ni el del espejo perfecto. Es el amor crudo de verte sudado, cansado, exhausto... pero orgulloso. Es el amor que nace después del dolor, de haberte roto y reconstruido.
Correr es una forma de orar con los pies. Es un te amo que se repite con cada respiración entrecortada. Es un gracias que se escribe con sudor sobre el asfalto caliente. Es el acto más íntimo de autocuidado que he encontrado.
Por eso me identifico con este culto. Porque mientras otros buscan el amor en alguien más, yo lo encontré en mí, a través de ti, correr.
Autor: Luca
Instagram: @luca__diavolo
1 comentario
‘Y ese amor es profundo. No es solo físico, es espiritual. Es un acto de gratitud hacia el cuerpo, hacia la vida misma’ – ¡Me encantó! Amo la vida, amo correr y amo más tener un amigo como Luca :)